La televisión: fábrica de "nuevos talentos" literarios
por
Ana Alejandre
Jorge Javier Vázquez en la presentación de su libro |
Nadie desconoce el gran
poder publicitario que ofrece la televisión a toda clase de bienes y servicios por el
gran alcance que tiene, aunque sólo es apta, por su alto coste, para empresas
con una cierta capacidad económica para pagar cualquier anuncio, especialmente
en determinadas franjas horarias y en programas de gran audiencia.
Este alto valor publicitario no sólo
afecta a los productos publicitados, sino también a quienes hacen televisión en
cualquiera de sus modalidades: presentadores, colaboradores, invitados, etc.,
con independencia de si su imagen es agradable o desagradable, simpática o antipática,
cercana o lejana a los espectadores, porque todos se benefician de esa carga
publicitaria que ofrece el mero hecho de estar ante las cámaras para que su
propia persona, con independencia de sus méritos, capacidad, conocimientos y
titulación (si es que la tuviere) pasa a ser un recurso publicitario más y de gran eficacia, codiciado por las
empresas que ven en cada famoso el mejor reclamo para sus productos a cambio de una
sustanciosa cantidad de dinero que pagan
para que el nombre del famoso o popular aparezca asociado al producto que ofrece
la empresa contratante que se beneficia así de la publicidad añadida y efectiva
que aporta por sí mismo quien acepta dicha oferta de darle nombre a los bienes o servicios en cuestión.
De esta suculenta moda para sacar
pingües beneficios de una publicidad que precede y se suma a la del producto
que se ofrece, no se podía quedar al margen la industria editorial. Por ello,
cada vez son más los famosos televisivos de todo pelaje: licenciados y
analfabetos funcionales, profesionales de cualquier rama de actividad o simples
advenedizos que se han ido haciendo populares sin hacer más mérito que ponerse
delante de las cámaras de forma habitual; inteligentes y lerdos, decentes y
vividores sin escrúpulos, que han empezado a publicar libros de su supuesta
autoría, pero que son simples obras sin valor alguno, supuestas biografías de otros personajes más famosos o importantes, o simples refritos hechos con
retazos de varias obras, más o menos conocidas, sin permiso de los autores
reales, lo que ha provocado, en más de una ocasión, un verdadero escándalo como
el protagonizado hace unos años por Ana Rosa Quintana, cuando publicó
"su" primera novela que resultó ser el burdo plagio de
fragmentos de novelas de escritoras
famosas (Daniel Steel y Ángeles Maestretta, entre otras) lo que ocasionó la
consiguiente demanda y que la obra fuera retirada a los pocos días de salir a
la venta, aunque la famosa presentadora no había participado en dicho plagio
nada más que en dar su consentimiento para que su nombre apareciera en portada a cambio de una millonaria cifra.
A partir de entonces, parece que se le han quitado las ganas de intentar una
nueva aventura " literaria", a pesar de que anunció, antes de que
saltara el escándalo, que quería retirarse de la televisión para dedicarse a
"escribir"...
La lista ha ido aumentando, porque
las editoriales se han dado cuenta del gran filón que representan las obras
"firmadas" por famosos o simples habituales de la televisión, intentando
así paliar esta industria el descenso en un 20% de bajada en las ventas, y
ofreciendo al público poco conocedor de la literatura, de la verdadera,
auténticos refritos que, por llevar en su portada el nombre del famoso de
turno, cuentan de antemano con una previsión de ventas que no alcanza ningún
Premio Nobel de Literatura, porque los compradores de dichas obras no eligen la
obra por su valor literario, sino porque creen ingenuamente que lo ha escrito
realmente quien figura como autor en su portada. Naturalmente, es el público
bienintencionado y fans del nombre popular, aunque no sepa bien por qué lo
admira, quien paga no sólo el precio del libro que, a pesar de la época de crisis actual no baja nunca de 18, 20 o más euros, sino que
paga también la excesiva confianza e ingenuidad al creer que alguien que, si no
es analfabeto total, lo es funcional o, cuando menos, no tiene el menor talento
literario, ni conocimientos, ni tampoco capacidad para escribir dos folios
seguidos, es el verdadero autor de dicho libro, y se convence, en su ciega
admiración al personaje de turno, que la obra que ha comprado le va a ofrecer
las delicias "literarias" de alguien que está tan ajeno a la
literatura como el propio comprador de dicho fiasco.
La lista de quienes publican
"sus" obras crece cada día: Boris Izaguirre, Jorge Javier Vázquez,
Maxim Huertas, María Teresa Campos, Carlos Sobera, quien para evitar que le
sucediera algo similar a lo ocurrido a Ana Rosa Quintana, anunció sin ambages,
hace años, que había cobrado 50 "kilos" (millones de pesetas) por
poner su nombre en una obra en la que no había escrito "ni una coma",
por citar sólo unos pocos. Al menos, algunos son periodistas, pero otros sólo
son presentadores de televisión con mucha fama y más habilidad para llegar y
mantenerse en la palestra, sin que nadie se expliqué cual es el motivo de su
éxito, cuando hay muchos excelentes profesionales
del medio que están teniendo que rogar una pequeña colaboración en un programa,
a las órdenes de quienes, sin tener mérito alguno demostrado y demostrable, son
únicamente producto de la buena suerte, de ciertas influencias o de su
habilidad de "trepas" profesionales y caraduras.
El medio televisivo se convierte
así, sin pretenderlo, en un agente literario espúreo que no descubre nuevos
talentos literarios, sino sólo es el escaparate en el que se luce, reina,
triunfa y crece la mediocridad, la incultura, la estulticia y la más absoluta
falta de honradez, lo que propicia que los bienintencionados lectores, poco
duchos en los menesteres literarios, se crean que una serie de personajes, con
mayor o menor preparación pero sin talento literario, aunque con indudable sentido del oportunismo, se alcen
con el título del escritor más vendido de la Feria del Libro, como es el caso
de Boris Izaguirre, cuyo mérito televisivo más evidente ha sido lucir sus
genitales en un determinado programa televisivo ya desaparecido.
Ante un panorama así, hay que
preguntarse a dónde va la cultura, no sólo literaria, de este país, sino la
propia cordura de una gran parte de la ciudadanía que paga para que le engañen,
le vendan una bazofia en forma de libro, y le tomen no sólo el pelo, sino
también le tomen por tonto, para que puedan lucrarse una gran cantidad de
listos que saben vivir del cuento.