PROGRAMAS DEL CORAZÓN O CANIBALISMO TELEVISIVO
Ana Alejandre
Los programas televisivos del
corazón, Sálvame, Sálvame de Luxe, y similares, todos en la cadena de
Tele 5, desaparecidos en otras cadenas por creer que habían caído en su demanda
y aceptación por el gran público, siguen funcionando a satisfacción plena de la
cadena que los ofrece y a los que les da una mayor franja de horario,
demostrando así que siguen demandados por una mayoría de público (de esa que
nunca ve un documental, por ejemplo) que disfruta y solicita tales programas
para poder así compensar sus frustraciones y problemas personales con las de
los famosos, famosillos y aspirantes a serlo que pululan por esa parrilla
televisiva, y por las que pudieran solicitar su presencia, con todo el orgullo
de ser objeto del interés de los “comentaristas”, periodistas o analfabetos
funcionales, como son en su mayoría, que dedican horas a hablar de sus amores,
desamores, traiciones, desengaños, estafas, herencias envenenadas, hijos ilegítimos
o putativos, reconocidos o no, vidas
paralelas, desvergüenza secreta o manifiesta, y demás muestras del horror de
toda vida mercenaria expuesta a la opinión, burla, chanza y crítica pública por
un precio mas o menos exorbitante, según el caché de los invitados para contar
las miserias del famoso y de éste en sí mismo.
El contenido de estos
programas y su desarrollo -sin crítica alguna a los buenos profesionales que
están detrás de ellos como redactores, cámaras, electricistas, decoradores,
sastras, maquilladores y muchos más que hacen su labor con profesionalidad y
eficacia sin entrar en el contenido del programa-, demuestra que el canibalismo
es uno de los ingredientes más atávicos del ser humano que ha quedado como un residuo
ancestral que se dispara cuando la ocasión lo requiere porque de ello va a
resultar un beneficio económico para los “comentaristas” (profesionales del
cotilleo que han ejercido siempre de tales aunque no hayan cobrado por ello en
sus vidas privadas) que ven en estos programas una fuente de ingresos y de
popularidad a la que no hacen ascos, teniendo en cuenta su falta de estudios, calificación
profesional, que les permita vivir más o
menos bien de un trabajo honrado, aunque menos lucido y remunerado que ir a
contar las miserias, luces y sombras del famoso o famosillo que ha sido su
pareja, su compañero de trabajo, su vecino, su cuñado, padre o madre -hay hijos
que viven de contar las vergüenzas de sus progenitores, aunque no sientan
ninguna por hacerlo-, hermano, tío, sobrino, suegro y demás parentescos o simples
compañeros de una noche de desmadre.
Y si digo canibalismo
metafóricamente es porque no se tiene que matar y devorar a otro ser humano
para ser caníbal porque ,en este caso de los profesionales del chismorreo, no
se mata a un individuo, sino a su fama, su honra, buen nombre , se difama,
calumnia y lo que haga falta para que quien difama, revela secretos ciertos o
no de la víctima de esa cascada de revelaciones de detalles de su vida íntima
que salen a la luz pública sin su permiso, ni autorización, porque quienes lo venden
todo, empezando por la honra de otro ser humano, se alimentan de ello, cobrando
cantidades más o menos altas que nunca
sabrían ganar con un trabajo decente y honrado, porque esas dos palabras no
caben en el vocabulario de los cantamañanas sinvergüenzas que se ganan su pobre
vida a costa de destrozar la de otros seres humanos que han tenido la mala suerte de caer en su círculo
más o menos cercano o íntimo de relaciones
a semejantes exponentes de la inmundicia
humana.
Pero habría qua preguntarse ¿y
los periodistas que se dedican a lo mismo desde hace años y se hacen famosos
gracias a vivir de “informar” de las vidas de los famosos, más o menos, que se
les ponen a tiro, no tienen culpa o ejercen su labor profesional sin más?. Es
triste que quienes han hecho una carrera como es la de periodismo -no todos los
que se llaman periodistas la han hecho ni ninguna otra carrera universitaria,
extremo que se puede comprobar en la Consulta de Títulos Universitarios
Oficiales-, termine siendo un propalador de rumores, de suposiciones o de
hechos ciertos sin permiso del interesado que es el único que tiene el derecho
a hablar de sus asuntos personales, con el gran desprestigio que ello supone sobre
todo cuando se cobra para hablar de la propia vida personal. Estos periodistas,
o supuestos titulados en periodismo, pasan a ser otros cantamañanas que se
alimentan de las vidas de los perjudicados por esas “informaciones” que no
deberían salir nunca a la luz pública si no lo hacen en la propia voz de la
persona interesada que sabe lo que se juega y acepta el peligro, cobrando por
ello o no. Es su vida y tiene ese derecho.
Los espectadores que son los
que permiten que estos programas continúen y se extiendan en el tiempo como una
mancha grasienta que lo invade todo, no son tampoco inocentes. Son quienes se
sientan para oír y ver las miserias
ajenas, las vergüenzas ocultas, los hechos ciertos o falsos de quienes los
protagonizan, pero sobre todo si en ellos hay “sangre” virtual que se ofrecen
en traiciones, desengaños, infidelidades, sospechas, enemistades vitalicias, supuestas
estafas, homosexualidades negadas, odios furibundos, venganzas y rencores y
todo un gran catálogo de las debilidades humanas, de los más bajos instintos,
de lo que, por ser demasiado humano en lo negativo, debe ser suavizado,
ocultado o disimulado, en caso de ser ciertos, para no recibir el rechazo
social al dar la imagen más bochornosa de su protagonista que permanece al
margen de toda esa cascada de acusaciones o “informaciones” -esa palabra le resta
negatividad a las difamaciones o calumnias por el manido derecho a la información
tan discutido en su verdadero significado en esta sociedad cainita-,
Así se vulneran derechos
fundamentales de cada ciudadano reconocidos en la Constitución Española, como
es el derecho al honor, por lo que el perjudicado cuando acude a los Tribunales
solicitando su amparo ante tanta posible calumnia y difamación, ya es demasiado
tarde porque, como dice el famoso refrán; “difama que algo queda”. El daño
recibido sobre la propia reputación es imposible de reparar por una Sentencia
que condene a quienes difamaron. Ese daño permanece en el tiempo y acompaña
siempre a la víctima, aunque algunas de las “informaciones” vertidas contra
ella sean verdad, pero su nombre queda ya manchado con todas aquellas “verdades”
contadas por los caníbales de las vidas ajenas que, cuando entran a saco en
otras vidas, no vuelve a crecer la hierba. Como se decía de Atila, rey de los
hunos.
Estos programas deberían
desaparecer por innecesarios y perjudiciales para toda la sociedad. Aunque los
que somos contrarios a ellos no queramos verlos, el daño que hacen es
ilegítimo, innecesario e irreversible. Los espectadores sin criterio los ven
satisfechos porque comprueban que los ricos y famosos también lloran, sin darse
cuenta de que quienes son espectadores de la liquidación de la fama y el honor
de otras personas, son también culpables de ese acto miserable de quitarle la
reputación a una persona en un juicio paralelo y público, del que todos, “informadores”
y espectadores, son cómplices e igualmente caníbales en el festín en el que se destruye
la buena fama y la honra de una persona, de la que se alimentan los “informadores”
que cobran por vender las miserias de otro ser humano, ignorando que lo que
están vendiendo es su propia indignidad y miseria.
Comentarios